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Diez…once… ¿Cuántas veces fueron realmente?
¿Cuántas veces me hiciste tocar el cielo para dejarme caer?
¿Cuántas rosas me hiciste cortar, en el afán de encontrar una más bella que tú?
¿Cuántas veces, en mi propio delirio, me encerré en mi cuarto a escribir poemas nombrados después de ti, para que solo los desecharas entre las cartas de tus otros amantes?
La luna es mi confidente más fiel, la única que puede dar testimonio de los demonios que en mí habitan.
¿Cuántas veces me hiciste tocar el cielo para dejarme caer?
¿Cuántas rosas me hiciste cortar, en el afán de encontrar una más bella que tú?
¿Cuántas veces, en mi propio delirio, me encerré en mi cuarto a escribir poemas nombrados después de ti, para que solo los desecharas entre las cartas de tus otros amantes?
La luna es mi confidente más fiel, la única que puede dar testimonio de los demonios que en mí habitan.
Recuerdo aquella noche, empapada con un aroma dulce de azucenas con un toque de licor añejo, las estrellas titiritaban del tenue frío que invadía a la tierra, sonoros alaridos llenaban de vida aquel reciento nuestro, y tú, en todo tu esplendor, te dejabas guiar por el viento, dejándome amarte una y otra vez como si nada fuese a importar.
Nos amamos de día, nos amamos de noche, el paso de nuestro actuar parecía tener un extenso camino, pero carecía de destino.
Luego, esa noche, esa maldita noche, donde te vi bajo el almendro que tanto amábamos, por ser nuestro confidente.
Me acerqué, sentí como un coro de ángeles sonaba en compás a tu belleza, tu me viste, me besaste, y por un segundo todo era como yo quería que fuera, mas tú cerraste tus ojos, susurraste las palabras más terribles que ningún hombre debe escuchar y simplemente abriste tus ojos, me negaste y me diste por terminado.
Suavemente te abracé, llorando aquellas lágrimas que tanto te gustaban a ti, acariciando suavemente tu espalda, cerré mis ojos y solo pude sentir el frío caudal de tu sangre.
Desplomándote al suelo como la desalmada persona que eras, apuñalada con la fría hoja del odio, empuñada con mi amor.
¿Acaso no es la flor más bella, aquella que se ahoga en su propio veneno?
Ahogada en tu propia sangre, fría e inmóvil pude finalmente apreciar tu verdadera belleza.
Conservo la daga que dio principio a nuestras vidas, esperando el momento en que nos volvamos a ver, juntos de nuevo, amándonos sin horario ni medida, solo allá en el más allá donde nadie más pueda vernos.
1 Comentarios:
Un universo
Nadie lo entiende, pero todos lo exploran
10 de marzo de 2011, 5:05
habia olvidado comentar ...esta muy bueno este D: